“¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Nuestro espantoso viaje ha terminado,
la nave ha salvado todos los escollos, hemos ganado el anhelado premio,
próximo está el puerto, ya oigo las campanas y el pueblo entero que te aclama,
siguiendo con sus miradas la poderosa nave, la audaz y soberbia nave”
(Walt Whitman).
Quien se haya acercado a este extraordinario poeta o haya degustado la no menos extraordinaria película “El club de los poetas muertos”, recordará sin duda estos versos.
La medicina, el derecho, los negocios y la ingeniería son carreras nobles y necesarias para la vida. Pero la poesía, la belleza, el senderismo, el romanticismo, el amor… son las cosas que nos mantienen vivos 1
Como vivos nos mantiene hoy nuestro capitán, quien antes de empezar nos comunica que su rodilla tiene ya que pasar por “boxes”, obligándonos a salvar el escollo de caminar hoy sin él. Será distinto. Se nos hará raro no ver en cabeza a Ana y Vidal tirando de la tropa sanbur, aunque una vez más sanburearemos con ellos.
Son las 8 de la mañana cuando viene el autobús desde El Burgo con los primeros miembros de la expedición. Con la duda de última hora en cuanto a la asistencia o no de Charlie y Acacio, y tras unos minutos de cortesía, nos vemos obligados a partir hacia el destino de este día otoñal, que amenaza lluvia, aunque Elvira asegura que no nos mojaremos.
Llegamos Alcubilla donde nuestros anfitriones, Marcos y Petra, se muestran deseosos de llevar a cabo su plan, que no es otro que hacernos atractivos los parajes de su infancia. Pero antes de empezar nos abren su casa para dejar allí los bártulos que hayamos podido traer en previsión de males mayores durante la jornada: ropa y calzado de recambio.
Esperamos también a dos nuevos andarines sorianos que han decidido unirse a nuestro grupo y que vienen directamente desde Soria. Con ellos somos 27 los valerosos caminantes que nos hemos dado cita en estos confines de la provincia de Soria.
Alcubilla, que dispone de más terreno de monte que de labor, situado a la margen derecha del río Pilde, está rodeada por pueblos cuya etimología es por sí sola evocadora: Hinojar del Rey, Quintanilla de Nuño Pedro, Zayas de Báscones, Zayuelas, Zayas de Torre, Alcoba de la Torre,… ¿Cómo dudar de su pasado romano, árabe y medieval?
Pongámonos en marcha. Marcos, antes de nada, quiere que subamos al mirador de “Cierra la Cuesta” para que nos hagamos una idea del pueblo y de sus alrededores desde esta perspectiva privilegiada, donde el horizonte castellano se nos ofrece inmenso, con sus campos de cereal y sus viñas.
Allí aprendemos que a Alcubilla se le conoció como el pueblo de las cien fuentes, de las que actualmente todavía quedan 18 activas.
A continuación, seguimos por el monte de encinas y sabinas, que provoca, otra vez más, la eterna disquisición entre enebros y sabinas; y es que el Junniperus Communis no pierde ocasión de engendrar los más variados comentarios y razonamientos. Los más sesudos tratan de interpretar las distintas subespecies y variedades del juniperus, dando categoría científica a jabinos, sabinos, enebros… hasta los más pragmáticos que nos hablan de las hojas que, como los pimientos de Padrón (unos pican y otros no), éstas unas pinchan y otras no, pasando por las bayas de las que se obtiene la ginebra. Incluso haberlos haylos que afirman, muy de veras, que no hay nada más resistente en este mundo a los envites de la vida que un enebro de pie y una mujer de culo.
En estas andábamos, cuando nos encontramos con una curiosa calera en muy buen estado de conservación. Se trata de un pozo, a modo de horno, en el monte, en el que, hasta el siglo pasado, se introducía madera para hacer fuego y generar así, de la calcinación de la piedra caliza del propio terreno, el óxido de cal con el que adecentar las fachadas de las casas y corrales.
Tras las fotos de rigor proseguimos por el camino hacia Hinojar. Enseguida nos encontramos con un paraje idílico. Nos cuenta Marcos que también ha habido quien ha cambiado la iglesia por este descampado para casarse al amparo de la naturaleza más elemental.
Hay que acelerar la marcha porque el día se nos está yendo de las manos. Entre que no tenemos al Capitán, que Marcos se encuentra hoy en sus dominios como pez en el agua, y que la lluvia no hace acto de presencia, el relajo empieza a ser exagerado. Se impone dar un apretón y, eso sí, en animada charla, tratar de avanzar en nuestro rodeo a Alcubilla.
Dejamos pues a la izquierda la mojonera con Hinojar, que es tanto como decir, con la provincia de Burgos, y seguimos, ahora sí, hasta que la gusa hace acto de aparición. No llevamos todavía ni la mitad de la ruta, pero los cuerpos piden sustento, y es nuestra obligación tratar de proporcionárselo. Obligación que cumplimos generosos con las viandas y los caldos.
Tras el refrigerio reemprendemos el recorrido hacia las encinas milenarias de Alcubilla, donde, una vez más, Marcos nos ilustra acerca del crimen medioambiental cometido durante la concentración parcelaria, donde no sólo borraron del mapa las encinas que molestaban el cultivo de las tierras, sino que además provocaron la desaparición de márgenes, ribazos y cirates, con lo que, de rebote, se cargaron buena parte de la flora y fauna del lugar. Todo fuese con el noble objetivo de la mejora del rendimiento de las explotaciones agrícolas.
A partir de aquí, y después de realizar una foto de familia a modo de homenaje a las encinas, nuestro guía de hoy decide que hay que atrochar en el trayecto que nos lleva a la calzada romana; siguiente y último hito de la excursión de hoy. No en vano Alcubilla se encuentra en el camino de Clunia a Uxama.
Sin embargo, en este tramo y casi al final del día nos sorprende una testimonial lluvia que hace que aceleremos para ver los restos de un miliario romano, que nos deja una sensación agridulce. Estamos seguros que la importancia romana del lugar merecería mayor consideración. Seguro que musulmanes y cristianos posteriores, en su constante trajinar por los alrededores, se aprovecharon más que nosotros de las infraestructuras romanas de Alcubilla.
Desde aquí ya nos dirigimos al cierre de la etapa. No sin antes divisar las viñas que, este año 2019, han hecho del Legaris de 2015, el mejor tinto español, el mejor tinto de la Ribera del Duero, en el prestigioso International Wine Challenge. ¡Habrá que probarlo si el bolsillo nos lo permite!
Junto a las viñas, la ermita del Cristo del Campillo, que como en algunos edificios sanestebeños, incluye entre sus muros, piedras, seguramente estelas funerarias, de origen romano del siglo I a. d C.
Alcanzamos la meta pues tras 19km y 288m de desnivel, con la miel en los labios, para disfrutar el edificio más emblemático de Alcubilla: El palacio de los Avellaneda, que da apellido al pueblo. Allí hemos apalabrado la comida a Jaime, el restaurador de El Quintanarejo que ampliando su emporio se vino el pasado julio hasta estos nobles y aristocráticos lares.
Construido en el siglo XVI por Lope de Avellaneda, el palacio, hermano menor del que existe en Peñaranda de Duero, pasó a sus descendientes, para finalmente acabar en poder del marqués de Torreblanca y la marquesa de Tavira antes de pasar a manos de los vecinos en 1928, quienes finalmente lo cedieron al ayuntamiento.
Recientemente restaurado, después de servir como aposento a la guardia civil, y tras varios intentos de recuperación, el inmueble se ha transformado en un acogedor restaurante con encanto, en el que rematar días como hoy. Así que si decides visitar la recomendable y cercana Clunia, incluso el bonito pueblo de Peñaranda, no te equivocarás si acabas la jornada degustando alguno de los platos de este tranquilo y entrañable Palacio de los Avellaneda.
Tras las cervezas de rigor y para unirse a la comida SanBur, aparece Vidal, con sus muletas, acompañado, ¡cómo no! por Ana. Han venido con María, quien les ha recogido en San Esteban, ya que no han querido perderse este distendido rato de convivencia sanbur.
La buena comida se remata, una vez más, con unas partidas de cartas a la espera de la llegada del autobús que nos devuelva a nuestro pueblo.
Gracias a Marcos y Petra, y a los restauradores del Palacio, por habernos regalado otro día más para la memoria SanBur.
“¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Nuestro espantoso viaje ha terminado,
la nave ha salvado todos los escollos, hemos ganado el anhelado premio,
próximo está el puerto, ya oigo las campanas y el pueblo entero que te aclama,
siguiendo con sus miradas la poderosa nave, la audaz y soberbia nave”
Como has comprobado, capitán, la nave SanBur, espera ansiosa tu regreso. Que los días de obligado reposo en el dique seco te sean leves!
Eduardo Bas.
20Oct2019
1 Lo del senderismo, evidentemente, es una licencia que me he permitido.
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