jueves, 28 de marzo de 2019

Por la sierra de Costalago hasta La Torca

23 de marzo de 2019

“¡Primavera soriana, primavera
humilde como el sueño de un bendito,
de un pobre caminante que durmiera
de cansancio en un páramo infinito!

(A. Machado).

Estrenamos la reciente entrada primavera con una excursión por la parte menos conocida del Parque Natural del Cañón del Río Lobos, para lo que nos vamos hasta la burgalesa localidad de Navas del Pinar. Somos casi una treintena de sanbures los que hemos madrugado esta vez para completar el autobús que ha partido de El Burgo y que nos deja a la entrada de dicho pueblo, pues pretendemos atacar el parque natural por su punto más al norte y más occidental: el Pico de Nava o Pico Navas.

Y, efectivamente, de mañana y como primera tarea, nos enfrentamos sin mayores contemplaciones a la subida inmisericorde hasta este hito de la Sierra de Costalago o Sierra de Hontoria.

Tras un pequeño y ascendente paseo en el que dejamos a la derecha los restos de las canteras de caolín que dan un contraste peculiar y original de color al paisaje, nos enfrentamos con unos 200 metros de desnivel, casi verticales, que justifican el resuello en cuanto alcanzamos la cruz, que luce desde 1.929 ésta atalaya natural. La vista desde allí es espectacular, en día claro como el que tenemos hoy se distinguen los pueblos de los alrededores y hasta divisamos el san Millán, que será nuestro próximo objetivo dentro de unos días. Nos recreamos con la contemplación, ahora sí, y cautivados por la sensacional panorámica, aprovechamos para hacer una foto de familia.

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Y desde la cruz se ve, un poco separado, unos pocos metros más al este, el vértice geodésico que da fe de los 1.352 metros de altura en los que estamos. Iniciamos desde aquí un sugestivo paseo hacia el sur, cresteando la sierra de Costalago hasta alcanzar la elevación secundaria Cabeza el Aro, donde decidimos hacer la parada del almuerzo. Allí, en el suelo de una pequeña pradera, salen las viandas y los caldos en procesión en este día placentero de marzo, sin una nube y con unas temperaturas que nos recuerdan aquello de que cuando marzo mayea… ya veremos a ver si se cumple la segunda parte del refrán y en mayo nos marcea, aunque las temperaturas actuales no hacen barruntar nada bueno.

De repente nuestro capitán se da cuenta que el relajo es excesivo y que tenemos todavía mucha etapa que cubrir, por lo que da orden de imprimir ritmo a la marcha si no queremos desesperar a Evaristo que, con seguridad, estará ya con los preparativos previos, allá por Fuencaliente.

Seguimos por tanto disfrutando, desde lo alto, del valle de Costalago, que vamos dejando a la derecha, y que adquiere su máximo esplendor desde el conocido mirador, situado en un lugar privilegiado. Un cartel, algo desgastado por el tiempo, nos recuerda que por estos parajes, limítrofes entre Burgos y Soria, se movió como pez en el agua el Cura Merino, Jerónimo Merino, ese cura que se hizo guerrillero al ver lo mal que se comportaban los franceses durante la guerra de la Independencia con los habitantes del lugar.

Bajamos pues hacia el valle, donde en bucólica y envidiable estampa, sestean una veintena de vacas, y lo hacemos en busca del burgalés arroyo Mimbre que dejará sus aguas en el soriano río Pilde, haciéndonos así que cambiemos de provincia.

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Con las aguas del Pilde como guía llegamos a la carretera que, proveniente de Espejón y Espeja de San Marcelino, une Orillares con Muñecas y, como él, la cruzamos para, campo a través, llegarnos hasta el corto pero precioso cañon del Pilde con sus caprichosas y bonitas formas. Otra más de las pequeñas joyas de la jornada.

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Continuamos por el Pilde en busca del Convento de los Jerónimos de Guijosa, que dejaremos a la derecha, mientras vamos comentado la importancia que tuvo esta orden y sus “luchas” con la orden de los carmelitas, impulsada nada más y nada menos que por Santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. Y, a propósito de carmelitas y jerónimos, nos viene a las mientes Samaniego cuando nos contaba aquello de:

Con un robusto fraile carmelita
se confesaba un día una mocita
diciendo: -Yo me acuso, padre mío,
de que con lujurioso desvarío
he profanado el sexto mandamiento
estando con un fraile amancebada,
pero ya de mi culpa me arrepiento
y espero verme de ella perdonada.

-¡Válgame Dios!, el confesor responde,
encendido de cólera. ¿Hasta dónde
ha de llegar el vicio en las mujeres,
pues sacrílegos son ya sus placeres?
Si con algún seglar trato tuviera,
no tanta culpa fuera,
mas con un religioso... Diga, hermana:
¿qué encuentra en él su condición liviana?

La moza respondiole compungida:­
-Padre, hombre alguno no hallaré en vida
que tenga tal potencia:
sepa Su Reverencia
que mi fraile, después que me ha montado
trece veces al día, aún queda armado.

-¡Sopla!, dijo admirado el carmelita.
¡Buen provecho, hermanita!
De tal poder es propio tal desorden;
de once... sí... ya los tiene nuestra orden
cuando alguno se esfuerza...
¡pero, trece! ... Jerónimo es por fuerza.

Con estos versos y las reflexiones acerca de lo excesivo y exagerado del actual lenguaje inclusivo o no sexista, nos aproximamos a otra carretera que cruzar, esta vez la que une Guijosa con Muñecas.

A partir de ahí sólo nos queda encarar el último hito importante de la jornada, La Torca de Fuencaliente.

Aunque el objetivo está ya cerca, el camino poco o nada definido y el cansancio de los kilómetros que llevamos recorridos se hacen notar, y alguno requiere parada de recuperación para poder continuar. Al final nos reponemos y con más intuición que acierto damos con la sima objeto de mil leyendas y chascarrillos, pues esta apertura de la tierra con los 25 metros aproximadamente de diámetro de su boca y sus 100 metros de profundidad no visible, ha dado lugar a todo tipo de comentarios: que si las guerrillas atraían hasta aquí a las tropas francesas para arrojarlas a su fondo, que si los árabes lanzados a sus entrañas salían en África, que si la amante de Almanzor fue precipitada a la Torca… lo cierto y verdad es que se trata de un paraje de vista obligada que emociona e impresiona a partes iguales.

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Evaristo, que se ha acercado hasta aquí con el coche, se lleva a un par de sanbures hasta Fuencaliente, mientras el resto nos dirigimos ya al final de etapa con la satisfacción de haber transitado unos hitos, mitad burgaleses, mitad sorianos, pero de gran de belleza y sencillez.

En Fuencaliente, como se suponía, Evaristo Lapoza nos recibe con todo preparado y perfectamente en orden. No obstante, y para que no estorbemos nos manda al bar a por la cerveza reparadora, mientras él y su familia se encargan de la logística.

Una maravillosa comida al aire libre, en un día primaveral perfecto, en el frontón del pueblo de Fuencaliente del Burgo, sirven de marco inmejorable para la distendida charla, entre chuletas, pancetas y chorizos a la brasa, entrañablemente preparados por esta familia indisolublemente unida a este equipo sanbur.

Y tras la manduca, alguna partida de cartas, y Evaristo en su papel de avezado educador nos enseña su casa, así como su colección de enseres y bártulos propios de un tiempo ya pasado, aunque cercano para algunos de nosotros. Incluso nos muestra los devastadores efectos del ciclón que visitó Fuencaliente no ha mucho, junto con sus jugueteos con el arte de la poda.

Gracias Evaristo por tu generosidad y por este día imborrable que tanto tú como Ana Mari y Marce nos habéis regalado.

Eduardo Bas.
23Marzo2019