“En la parda encina
y el yermo de piedra.
Cuando el sol tramonta,
el río despierta.
¡Oh montes lejanos
de malva y violeta!
En el aire en sombra
sólo el río suena.
¡Luna amoratada
de una tarde vieja,
en un campo frío,
más luna que tierra!
(A. Machado).
Vamos en esta ocasión a las Tierras Altas de Soria, a las sorianas Highlands, a encarar una etapa más del GR86 soriano; y lo hacemos además en época invernal, ya que, ahora sí, ha llegado el frío.
Sin madrugar mucho, nos juntamos un buen puñado de sanbures en el autobús grande, pues hay que recoger esta vez a más andarines, tanto en El Burgo como en Soria. Además, esta vez nos dirigimos al noreste provincial, pues tenemos como objetivo atravesar la Sierra de los Montes Claros, esa que se constituye en el preludio de la literaria Sierra del Alba.
Y claro, ¡cómo no!, nos acordamos de la obra de Avelino Hernández de título “La sierra del Alba”, cuya lectura es más que recomendable. Hay que decir que esta obra de Avelino, escrita a finales de los años 80 del siglo pasado, conmueve al retratar el hecho de la despoblación y casi desaparición de una treintena de pueblos en menos de 50 años.
por las calles desiertas del pueblo abandonado vaga por las noches el llanto afligido de una mujer... es la Sierra del Alba que llora porque no ha podido alimentar a sus hijos.
Tanto es así que su lectura, años después, obsesionó de tal modo a Iñaki Ustarroz, que no podía pasar fin de semana sin acercarse a alguno de esos pueblos de los que hablaba “La Sierra del Alba”, para comprobar su existencia (o no existencia) y experimentar el vacío que se mete hasta los huesos en cuanto se pone pie en la tierra en cualquiera de ellos. Al final Iñaki no pudo evitar escribir sus experiencias por estos páramos en su obra “La Sierra desolada”.
Si la lectura de estos dos libros sorianos se te queda corta para ocupar estas tardes de invierno, pon también en tu mesilla “Por tierras de San Pedro” de Diego Rafael Cano García. Seguro que tampoco te dejan indiferente las aventuras y sucedidos que allí se cuentan.
En estos pensamientos andaba cuando veo que acabamos de coronar el puerto de Oncala y nos desviamos ya hacia Santa Cruz de Yanguas. La mañana no nos puede recibir mejor: un manto de nubes, a modo de bufanda natural, se desliza por lo alto de las laderas que sostienen unos cuantos molinillos eólicos, en estampa difícilmente repetible.
Y ya en Santa Cruz iniciamos la andadura. No sin antes contemplar el estegosaurio que nos empequeñece, y que nos recuerda que lo que normalmente consideramos como historia, hablando de hace mil ó dos mil años, de los árabes o los romanos, es un juego de niños en estas tierras repletas de icnitas o huellas de vertebrado. Estas pisadas de dinosaurios llegan hasta la Rioja, para recordarnos que hubo vida aquí desde hace más de ciento cincuenta millones de años, allá por el jurásico.
Comienza la marcha barruntando un día de frío, aunque la subida, constante e inmisericorde, a pesar de transcurrir por la umbría nos hace sudar olvidándonos del tiempo. Vamos paseando, en natural procesión, por un espectacular hayedo, hasta coger un camino que nos recuerda la trashumancia de la que tanto saben estas sierras. Camino que nos hace alcanzar la cumbre de la sierra de Montes Claros, donde decidimos almorzar.
Algunos, a los que la gazuza ya no les da más tregua, se han quedado un poco antes de la cumbre recordando la consigna de nuestro capitán:
Lo primero y principal,
oír misa y almorzar,
y si corre mucha prisa,
almorzar antes que a misa.
Como viene siendo costumbre, salen también en procesión los caldos de las mochilas, pudiendo dar fe que los caldos de Olmillos, de Morcuera, de Miño o de San Esteban no sólo se dejan beber –al decir de algunos- sino que además no tienen malicia ninguna.
Es ahora ya, con las viandas en la andorga, adecuadamente regadas, cuando se comienza a notar que el día se cierra y se confirman nuestras peores sospechas. Cresteamos pues a los 1700 metros de los Montes Claros en una endiablada marcha. Las melenas de María y de Barbis lucen cual carámbanos de hielo, y así continúan hasta que bajamos a cotas más indulgentes.
El resto del camino trascurre ya con la esperanza de llegar a Almarza, disfrutando de la gran belleza de los acebos, algunos mostrando sus frutos en todo su esplendor. Parece mentira que pueda ser tóxica una planta de tanto brillo y de tan hermoso contraste entre sus hojas y sus frutos.
Un par de desvíos temporales de la ruta previamente marcada, no impiden que recuperemos la perdida senda y alcancemos el bonito paraje del Molino del Tío Manuel, y así conseguir el objetivo de la jornada: Almarza.
Han sido algo más de 23km de buen ritmo para llegar al Cuatro Vientos de este bonito pueblo, a los pies del Puerto de Piqueras, que antaño fuese el límite del reino de Pamplona Allí nos espera un merecido y extraordinario menú a base de judías pintas y carrillada que devoramos sin compasión, mientras añoramos ya la próxima salida.
Con un recuerdo especial al que fuese la voz de Soria y natural de Almarza, Pepe Sanz, damos pues por inaugurado el 2019 senderista.Con un recuerdo especial al que fuese la voz de Soria y natural de Almarza, Pepe Sanz, damos pues por inaugurado el 2019 senderista.
Las huellas de los que caminan juntos nunca se borran.
Eduardo Bas.
19Ene2019