Hoy, los de SanBur, al río Duero a acompañarle bajan porque…
Sobre ti van los hombres y los cielos;
contigo, peregrina, va Castilla;
contigo van los surcos y los vuelos
(JGªN)
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Mediaba el mes de Noviembre. Era un hermoso día.
A fuer de ser sincero tengo que decir que Machado no hablaba de Noviembre, sino de Julio, y que no amaneció esta vez un día muy hermoso, pues lluvia y viento desagradables estuvieron a punto de estropear una jornada, que afortunadamente no impidió continuar a los intrépidos de SanBur con sus propósitos.
Mientras unos se acercaban en autobús desde San Esteban, otros pocos comenzaban su andadura desde Soria, por la calzada romana, hacía Garray, donde se encontrarían todos; donde otrora coincidieran numantinos y romanos, en sus afanes de defensa y de conquista.
Pero hemos venido hoy a caminar un rato con el Duero; ese Duero que dura, y que dura más que nosotros; ese Duero duradero, ese caudal que nace por encima de los 2.000 metros en la falda del Urbión, y que con sus 900 kilómetros se convierte en el tercer río de la península, tras el Tajo y el Ebro.
Hoy venimos a verle tras haber cogido los aportes del Ebrillos y del Revinuesa, y tras haber dejado atrás, en sus nombres y en sus señas de identidad, a Duruelo y a Salduero. Y lo hacemos en tierras de Numancia, donde el Duero acoge al Tera. Ya tenemos, pues, la contribución de Urbión, de Cebollera y de Oncala, ya tenemos los frutos de las sierras.
Y nos vamos con él, con el Duero, en un primer tramo en el que vamos de paseo, casi de la mano, y con el día ya sin peligro de lluvias ni de vientos. Algo de frío, eso sí, para recordar al cántabro Gerardo Diego, y convertirnos en
Los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras
Otros, más prosaicos, andan más pendientes de identificar los vados del Duero, por donde transitaron romanos, almorávides y cidianos en sus conquistas, y que les recuerdan al sanestebeño vado de Cascajar.
Así, escuchando y dialogando con Cervantes:
Duero gentil, que con torcidas vueltas,
humedeces gran parte de mi seno,…
… que prestes a mis ásperos lamentos
atento oído o que a escucharlos vengas
nos llegamos hasta los Arcos de San Juan, donde Julián el de Kantueso, nuestro guía de hoy, nos ilustra acerca de las 36 parroquias que tuviera Soria, y en particular por las que acabamos de pasar dedicadas a San Agustín el Viejo y a San Ginés. Y nos cuenta la repoblación de Soria, allá por el siglo XII, y el vasto y amplio románico que nos trajo… y nos habla también de la orden de los hospitalarios, la Soberana Orden militar y hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta, más conocida como la Orden de Malta, fundada en Jerusalén en el siglo XI por comerciantes amalfitanos, y que por aquí se establecieron a lo largo del Duero para dejarnos este recuerdo, esta imagen indeleble de los arcos de San Juan, alarde también de multiculturalismo y de la arquitectura de la época.
Por cierto, que hablando con Agustín y de San Agustín me vino a las mientes aquello que no se nos debería olvidar nunca:
Conócete, acéptate, supérate!
Tras la cultura buscamos acomodo para el repostaje, y nos vamos hasta el Soto Playa, famoso islote soriano en el Duero al que antaño se podía llegar en andarivel; la maroma, decían, a la guía que conducía la barcaza que comunicaba ambas orillas.
Pero, el cierzo que sopla nos hace engullir el refrigerio con ansiedad, sin detenernos a contemplaciones, pues corta el aire cual cuchillo numantino, y se nos cuela, sin permiso, hasta dentro de las entrañas. Y es que todavía andan en obras en el bar-terraza de este entorno acogedor. Menos mal que mis colegas han traído algunos caldos de la Ribera con los que hacer pasar los bocadillos!, y tanto es así que quedo con el barberillo en que en la próxima salida la botella de vino correrá de mi cuenta.
Atacamos pues, algo más templados, la segunda parte de la jornada mientras vemos antes de llegar a San Saturio con los ojos de don Antonio como
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vaís, mi corazón os lleva
y es que los de San Esteban también somos de los que pensamos que
mi corazón está donde ha nacido
no a la vida, al amor, cerca del Duero…
y con estas vamos abandonado Soria, no sin antes padecer los humores de la depuradora y disfrutando del paseo hasta esos Pajaritos en los que los gladiadores numantinos actuales se ejercitan en el noble arte del balompié.
Así nos adentramos en la verdadera etapa de hoy, disfrutando de una poco o nada habitual visión de Soria, serpenteando curvas de ballesta, subiendo y bajando por las orillas del Duero en lo que alguno califica de rompepiernas; de ese Duero que “cruza el corazón de roble de Iberia y de Castilla”.
Nos asomamos a Valhondo y, entre líquenes, que no sabemos si son signo de pureza o de enfermedad de las encinas, vemos a sus buitres que vienen a recibirnos, esos buitres de ala ancha, marrones, majestuosos, parte del enorme paisaje castellano. Y, ya llegando a Los Rábanos, nos asomamos a los miradores, y lo que vemos es sencillamente espectacular.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando los recodos de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para enjugar mi frente
y dar algún respiro al pecho jadeante;
o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante
y hacia la mano diestra vencido y apoyado
en un bastón, a guisa de pastoril cayado,
trepaba por los cerros que habitan las rapaces
aves de altura, hollando las hierbas montaraces
de fuerte olor a romero, tomillo, salvia, espliego.
El Duero dibujando curvas, encontrando caminos, abriendo vías de escape, discutiendo consigo mismo sobre si dirigirse al Mediterraneo o al Atlántico, en disputa interior, en su propia guerra; ese Duero que, aquí más que nunca está, como muchos de nosotros, en paz con los hombres y en guerra con sus entrañas; ese Duero que nos invita a hacer lo que amamos o a amar lo que hacemos. No hay otra alternativa, nos susurra. Recordadlo.
Y así alcanzamos Los Rábanos; algunos ya con ganas de llegar y devorar esa cerveza reparadora. Allí, en el bar del pueblo nos acoge esta otra orden de Malta, que nos deleita con unas alubias y otras viandas que, junto con las imágenes captadas, van reposando tranquilamente en nuestros ánimos.
Algún guiñote, algún mús, algunos chupitos antes de que el autobús nos devuelva de un día que amenazaba lluvia, pero que finalmente nos respetó aunque que con frío y, sobretodo, que nos dejó esta otra imagen única e irrepetible de nuestro Duero.
Dejadme por tanto que me despida con un poema poco conocido, pues Rosa, nuestra SanBurguense asturiana, ha hecho que acuda hoy hasta mí mente el poeta asturiano José García Nieto con el abríamos estas notas.
Se trata de un poeta “del régimen” y seguramente por ello menos valorado, de esas derechas que parecen ahora estar en descomposición. Sea como fuere analizó en profundidad a Gerardo Diego y su obra, a Antonio Machado y la suya… así que en esta ocasión os dejo, me despido, con este bello poema de título cogido prestado a don Antonio:
A ORILLAS DEL DUERO
En esta orilla donde, niño, sientes
tú más claro nacer, tu origen frío,
la nevada caricia de tus fuentes,
ancha vena de España, mi alto río,
tu clara voz en mi garganta quiere
tu propio corazón, dentro del mío.
Rondas de pinos traen de tu venero
un santo y seña de oro castellano
a los álamos verdes de Salduero;
a las tierras de un día de verano
traes tu brazo de amor que va creciendo,
soñándose en el mar su abierta mano,
y vas nubes y estrellas repitiendo,
alegrando la sombra en la arboleda,
la tierra dulcemente dividiendo.
Cuando todo es silencio en Soria, queda
tu sangre rumorosa entre los hielos
que bajas desde Urbión a Covaleda.
Sobre ti van los hombres y los cielos;
contigo, peregrina, va Castilla;
contigo van los surcos y los vuelos.
Si pájaros anidan en tu orilla,
brazos hay que levantan su morada
con paredes jugosas de tu arcilla.
Duero de la montaña y la llanada,
Duero de la oración y del sosiego,
Duero de la alta voz precipitada,
en esta vecindad mi alma te entrego,
y a tus ojos de luz madrugadora
doy mi pobre mirar, mi paso ciego.
Yo sé que con la antorcha de una aurora,
mayor de edad y en puertas lusitanas
te han de besar las torres de Zamora.
Ya no llaman a guerra tus campanas;
tu espada, que otro tiempo dividía
a las gentes en moras y cristianas,
hoy es bajo este sol del mediodía
una lengua que lleva mansamente
por Castilla y León su melodía,
un cristal renovado y permanente
donde la tierra sin cesar se asoma,
donde se entrega sin dudar la fuente…
A Urbión le cubre un pecho de paloma;
deshecho en ti se vuelve mensajero,
y al mar diciendo va, de loma en loma,
que en hombros del amor se acerca el Duero.
Eduardo Bas.
21Nov2015
¡Maravillosa descripción de nuestra ruta acompañando al Duero! Muchas gracias por compartirla. He disfrutado mucho leyéndola...
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