Que alegría, que alboroto
la IX Ovochorizada,
en Soto.
Aunque casi con mes y medio de antelación respecto al año pasado, los de SanBur nos convocan una vez más, y vuelvo a San Esteban, dispuesto a recorrer los campos que fueron todo el universo de nuestros mayores.
Estamos en otoño, así que son tiempos de sentir la soledad. Y el silencio. Y la belleza que conllevan…
Amanece un día nublado pero cálido, y los treintaymuchos mochileros cruzan todo el pueblo por la calle Mayor para dirigirse hacia el camino de Rejas.
A poco de empezar el recorrido vemos las obras de la nueva granja de cerdos, que no sabemos si sustituirá a la del Cerro de Santa Catalina, y la granja de perdices en la mojonera con Matanza. Son campos de caza, y de baldíos, aunque tampoco falta el cultivo, ni algo de viña ni otro poco de girasol, aún sin recoger a la espera de los primeros hielos. Por donde Carrastámara, empieza ya a sobrar el abrigo, y tres corzos, a lo largo, nos deleitan con una carrera de huida para evitar a la tropa que transita hoy por donde muy pocos lo hacen a diario.
En hora y media llegamos a Rejas, donde Samuel y su esposa nos tienen el bar del pueblo dispuesto para que demos cuenta de las viandas que cada cual ha echado al morral. Eso sí, del riego se encarga él, y lo hace con un reconfortante caldo del lugar. Hay quien remata el almuerzo con un cafelito o carajillo, reponedor de fuerzas y energías para, disfrutando de las preciosas iglesias de Martin y de San Ginés, continuar la marcha.
Ponemos rumbo pues a Velilla, no sin antes vislumbrar en lontananza la granja solar de Rejas, y pasar junto a la plantación de nogales, que a decir de algunos requeriría de una poda más eficaz. Sea como fuere, al poco, constatamos, otra vez más, la depredación de caminos a manos de los agricultores, quienes sin el menor pudor labran sendas perfectamente marcadas, en una especie de violencia hacia el género caminante, y una agresión ecológica meditada y calculada. Ríase por tanto el vulgo de las plagas de los campos, del garrapatillo y del gorgojo, ríase de los topillos… que se llevan las cosechas.
Contra algunos agricultores, contra los depredadores de sendas, veredas, caminos y senderos, contra quienes se llevan el campo mismo, es para lo que habría buscar subvenciones sin límite que desemboquen en el descubrimiento de un fungicida eficaz con el que fumigar nuestras tierras!!
Pero bueno, campo a través, y previo reagrupamiento, llegamos al Picacho o Pico de Velilla, curioso cerrete que hace de lindero entre Rejas y Velilla, al que alguno se resiste a subir, y que no puede albergarnos a todos en su cumbre, pero desde el que se divisa otra de esas vistas maravillosas del grandioso mar castellano.
Y esta ocasión, echando la vista hacía Alcozar, escondido bajo el cerro que contiene las antenas, no podemos evitar vivir la historia e imaginar a Almanzor y sus huestes, que no muy lejos de aquí dieron cuenta de Garci Fernández. El gran Almanzor, al_Mansur el Victorioso, que junto con el Cid, dignificaron, desde la milicia, nuestra existencia y las de estas tierras que hoy paseamos.
A la llegada a Velilla, Miguel nos cuenta, mientras vemos las máquinas trabajando en el trazado de la sempiterna Autovía del Duero, que donde está el palomar existe un basamento cuadrado o rectangular que bien pudiera haber servido en otro tiempo de sustento de torre o atalaya, de vela o velilla de nuestra embarcación castellana. No hay tiempo para acercarse hoy, pues nos espera la sorpresa de esta Ovochorizada, así habrá que apuntar el volver a Velilla y subir hasta su torre.
Nos dirigimos pues, ya con cierta ansia debido a que el calor aprieta un poco más, a la chopera nueva, que es por donde vamos a evocar el antiguo oficio de barquero, y recordar los vados, el de Cascajar incluido, por donde atravesar con los carros y caballerías; para recordar el andarivel para bultos y personas, y para recordar todos los modos y a todos los que antaño tuvieron que cruzar el Duero para ir de Soto a Velilla, o viceversa, incluso desde Castril.
Nunca tuvieron puente y mucho dudamos que lo vayan a tener soteños ni velilleros, pues 5 ó 6 son los hogares que quedan abiertos en Velilla de los casi 50 que se integraron en el municipio de San Esteban, allá por el siglo pasado; algo mejor anda Soto con sus 70 habitantes pero tampoco es para tirar cohetes, pues como toda la comarca desciende demográficamente de forma pausada y lenta pero inexorable. Así que mejor nos vamos a la ribera.
Al pasar la barca
me dijo el barquero,
las niñas bonitas
no pagan dinero.
Yo no soy bonita
ni lo quiero ser,
pago mi dinero,
como otra mujer.
Arriba la barca,
uno, dos y tres!!.
Y ya en la barca, lo hacemos de a cuatro o cinco en cada turno, por debajo de la presa de Soto, con nuestros dos expertos remeros, quienes con mayor o menor acierto acabaron encontrando las entradas al dique para depositar su carga. Cuánta no sería la emoción por la evocación del oficio del barquero durante la singladura que tuvimos hasta un desmayo, ya en la orilla izquierda, y que afortunadamente no pasó a mayores.
Y de aquí a Soto, un paseo para encontrarnos la generosidad de sus paisanos, con una mesa corrida dispuesta al sol del otoño y lista para acoger esta IX Ovochorizada. Y sin desmerecer a nuestro gran equipo de cocineros, que ya destacasen en ediciones anteriores, ni a sus llamativos y provocativos delantales, déjenme hacer esta vez una mención especial a los tomates de la madre de Raquel que me supieron a gloria.
Sobremesa otoñal agradable en la que algunos buscaron la sombra, mientras otros se ejercitaron en el noble arte del guiñote o en el del futbolín, hasta que llegó la hora de la partida, no sin antes visitar la fragua que han recuperado en Soto, y que como bien decía nuestro anfitrión suponía el taller mecánico de antaño, al que iban a parar todas las necesidades de herramienta diversa para cubrir los aprietos impuestos por la subsistencia.
Allí aprendimos la importancia del temple, y que el hierro rojo quema menos que el negro, ya que incandescente nadie se atreve a cogerlo, mientras que cuando no lo está siempre hay algún ingenuo que no lo deja enfriar lo suficiente.
Así que bien templados por nuestros amigos de Soto, volvimos por el canal hacia San Esteban, en una tarde que se comenzó a torcer.
En el paseo escuchamos las historias de Alberto, y sus andanzas, de cuando bajaba de Aldea a Soto, andando, para cruzar el Duero, y ya desde la margen derecha poder coger el ferrocarril Valladolid-Ariza en la estación de Velilla. Y ya con el traqueteo del tren poder ir a ver a los parientes de Roa. La madre, mientras tanto, también andando, acostumbraba a ir a por pertrechos a Langa o San Esteban.
En estas andábamos cuando la amenaza de lluvia inminente nos forzó a avivar el ritmo, pero de nada sirvió, ya que todos acabamos mojados: un poco los más ligeros y algo más los rezagados. Día en cualquier caso completo que nos anima a pensar en el siguiente.
Eduardo Bas.
17Oct2015