“El andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos” (Miguel de Cervantes)
En esta ocasión veintidós senderistas se dan citan en la estación de autobuses en el último domingo de enero, día de invierno limpio y despejado, para enseguida dirigirnos a la Atalaya; ese sitio de reminiscencias árabes, de cuando Castromoro, y de cierta magia que cautiva tanto a los vecinos de Quintanilla, cuando celebran allí su fiesta anual, como al resto de lugareños de la comarca.
El embrujo del paraje, desde el que se pone sur con la sierra de Ayllón y la sierra Pela, y norte con las sierras de Neila y Urbión, se presta a todas las imaginaciones posibles, y así… ha servido de refugio al aire libre de enamorados que, con la excusa de ir a merendar a la Atalaya, han dado rienda suelta a sus primeras fantasías y amoríos primeros…, hasta los más inocentes pero guerreros que se han venido a pasar la noche en La Atalaya haciendo guardia en este milenario y atractivo sistema bélico de vigilancia, por ver si en sus ensoñaciones creían ver venir a moros o cristianos del siglo XXI por el sureste, desde Gormaz, que es por donde han aparecido desde siempre en la imaginación de los chavales de la comarca.
Como hemos comentado en alguna ocasión, para entender la importancia estratégica de la Atalaya, y por extensión del sistema defensivo que constituye, conviene acercarse hasta Navapalos, coger la carretera a Vildé, y allí, en el primer alto, detenerse a contemplar, a ser posible en día tan claro y raso como el que tenemos hoy, el horizonte. Así, si no te dejas absorber por la grandiosidad actual de los manzanos, otrora campo de aviación improvisado, y alzas la vista a lontananza, podrás visualizar las atalayas de Uxama, Ucero, El Burgo, y ésta en la que nos encontramos hoy, y si cierras los ojos y abres la mente no te será difícil ver los ejércitos castellanos y musulmanes; al galope algunos, andando los más, en ese ir y venir desde los castillos de Osma y San Esteban hacia el de Gormaz, y viceversa. Y hasta creerás reconocer la figura imponente de Rodrigo Díaz de Vivar, nuestro Cid Campeador, y la no menos impresionante de Almanzor, el Victorioso; que ambos batallaron por estos campos. Y de aquellos avatares tenemos ahora la secuela de nuestras existencias.
Curiosamente, desde la Atalaya, no se tiene actualmente relación visual con el castillo de San Esteban, seguramente por los pinos plantados en el medio… Ironías del destino. Descendemos de La Atalaya para alcanzar enseguida Quintanilla de Tres Barrios, donde al socaire del solecillo, aprovechamos para almorzar junto a la iglesia, mientras se oyen algunos disparos de los cazadores que han salido en busca de presa en este domingo sereno e invernal. Al frente presenciamos las viñas de Terraesteban, ese otro caldo de la ribera que tiene su origen en Quintanilla. Estando allí se nos acerca Tomás, quien se nos ofrece como guía para llevarnos, casi en volandas, hasta el objetivo de la jornada, el cerro Torrejón, que es uno de los pocos que traspasa la cifra de los mil metros. Por el camino nos cuenta la existencia en Quintanilla de la Casa del Monte, un par de kilómetros al este del Torrejón, que fuera en su día propiedad de personaje principal, noble de la zona, y de la que hoy apenas quedan restos.
Desde el vértice geodésico del Torrejón sentimos los rigores del viento del invierno, ese viento frío, fresco al decir de algunos, y afilado, perfecto para la curación de chorizos y perniles, y que Harry nos recuerda que se llama remusgo. Impregnados pues del remusgo contemplamos Quintanilla de dónde venimos, Matanza hacía donde nos dirigimos, y hasta Villálvaro un poco más al Norte. Pero aunque más propio para otros menesteres ese vientecillo puñetero no invita a quedarse con contemplaciones, así que tras la foto de rigor, iniciamos la bajada del Torrejón.
Tomás, antes de despedirse, nos ilustra con un ejemplo de la precisión del lenguaje castellano, al recordarnos que no existe la cuesta abajo, que la cuesta es siempre cuesta arriba en contraposición de la ladera abajo. Lo que me trae a la memoria el dicho aprendido de chico en San Esteban:
“Para las cuestas arriba quiero a mi burro, que las cuestas abajo yo me las subo”
Llegamos pues con antelación al horario previsto a Matanza de Soria que nos acoge, generoso, tras visita obligada a su iglesia de San Juan, en su bar y punto de reunión, perfectamente equipado y con la estufa encendida. A su calor damos cuenta de las viandas que hemos echado para la jornada, y que rematamos con un cafelito y unos orujos que hacen aflorar algunos cánticos antes de comenzar el camino de regreso a San Esteban. En el discurrir de la vuelta apreciamos los campos castellanos en una de sus más bellas estampas, y que ni siquiera el denominado monte Exide, resultado de las escorias vertidas de la fusión del plomo de la fábrica de la Tudor, es capaz de borrar.
Antes, a la altura de El Puentón, no hemos podido evitar el recuerdo de los amigos que tienen en Carrastámara, al Oeste de nuestro camino, una de sus referencias existenciales más arragaidas, y que, no me preguntes cómo, nos ha llevado a una discusión etimológica, que de Carrastámara nos ha desviado a los Trastámara, y de aquí hemos acabado en El roscón de Reyes y los “tontolaba”, que, como las meigas, no siempre son fácilmente reconocibles, pero habeilos, hailos… también en Castilla. Cosas del pasear en armonía y en paz con uno mismo, con los demás, y con el paisaje. Con esas imágenes de los campos castellanos en la memoria entramos en San Esteban, que nos recibe con un cuadro que pide a gritos una restauración. Y así, calle Mayor abajo, abierta una vez más, cerramos otra jornada destinada a conocer nuestras lindes y alrededores, y damos comienzo al año en que celebraremos al Quijote y al Cid; a quienes hermanaremos en este 2015 para mantener la llama de los valores que nos enseñaron, mientras tomamos nota del carácter aguerrido del uno y soñador del otro, en la esperanza de que ninguno de estos aspectos nos abandonen en los trayectos que nos esperan por delante, y que tienen en los cercanos carnavales su objetivo más inmediato.
Eduardo Bas.
25Ene2015
No hay comentarios :
Publicar un comentario