“El andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos” (Miguel de Cervantes)
En esta ocasión veintidós senderistas se dan citan en la estación de autobuses en el último domingo de enero, día de invierno limpio y despejado, para enseguida dirigirnos a la Atalaya; ese sitio de reminiscencias árabes, de cuando Castromoro, y de cierta magia que cautiva tanto a los vecinos de Quintanilla, cuando celebran allí su fiesta anual, como al resto de lugareños de la comarca.
El embrujo del paraje, desde el que se pone sur con la sierra de Ayllón y la sierra Pela, y norte con las sierras de Neila y Urbión, se presta a todas las imaginaciones posibles, y así… ha servido de refugio al aire libre de enamorados que, con la excusa de ir a merendar a la Atalaya, han dado rienda suelta a sus primeras fantasías y amoríos primeros…, hasta los más inocentes pero guerreros que se han venido a pasar la noche en La Atalaya haciendo guardia en este milenario y atractivo sistema bélico de vigilancia, por ver si en sus ensoñaciones creían ver venir a moros o cristianos del siglo XXI por el sureste, desde Gormaz, que es por donde han aparecido desde siempre en la imaginación de los chavales de la comarca.